Eso era lo que sentía, era incontenible, inaguantable, en cualquier momento mi pecho se abriría de par en par liberando lo que sentía. ¿Y qué era lo que hacía? Incapaz de articular ninguna acción solo lo miraba, era idiota el pobrecito, hablándome de amor, de uniones inmensurables, yo pensaba: de verdad que es idiota, tanto que me duele el solo verle, verle tan hermoso, verle tan enamorado, tan tonto que me place odiarle, odiarle es una buena cosa.

Le pido un rincón en la cama. Después de haberle amado tanto que mi alma no volverá a respirar, me siento ahogada, me falta el aire, me falta el hambre, sin su cuerpo desnudo no podrán mis pupilas recibir la luz, me siento sin sentir, lo repudio, no lo soporto no puedo siquiera imaginar cuanto es que lo desprecio, su cuerpo desnudo se adapta a mi forma se deja ir con mi presencia, con inocencia, con ignorancia, con estupidez, mira que eres idiota lo sigo pensando tanto que no lo puedo contener.

La primera se la di en la espalda, no fueron dos no fueron cinco, como acto involuntario comencé a contarlas a medida que la sangre llenaba las sábanas, mis manos, mis ojos, mis gritos de odio resonaban en las paredes, él sin embargo no se movió hasta en el momento de su muerte fue idiota, puedo jurar que lo esperaba, puedo jurar que lo disfrutó.

¡Maldito! hasta en tu muerte has sido tonto

Dejé de contar en el número veinte. Me sentí aliviada.